Fue durante la pandemia que César Castro decidió lanzar su podcast Radio Jarochelo en YouTube. No quería perder esa conexión con la comunidad y quería seguir haciendo lo que ha hecho toda su vida, promover el fandango jarocho entre la gente.
“Durante una de esas transmisiones, recibí un mensaje que decía, ‘saludos desde Tlalixcoyan, Veracruz’.”
Castro, también conocido como Jarochelo, se sorprendió. En ese pueblo estaban las raíces de sus padres. César nació en Veracruz, donde aprendió el arte del son jarocho, la jarana y el fandango.
“Es la tierra de nuestra familia, y de repente apareció ese mensaje. En la siguiente transmisión, estaban presentes nuevamente. Era el maestro Ricardo Santiago, el director de la escuela primaria del pueblo. Me dijo que estaban aprendiendo de mi programa”, dice Castro.
Prometió visitar Tlalixcoyan tan pronto como terminara la pandemia, queriendo reconectarse con esa parte de su vida.
El primer viaje que hizo fue en 2021, y fue como un gran suspiro. Regresó a sus raíces.
Desde entonces, con sus propios recursos y el apoyo de la comunidad internacional, ha realizado un taller de fandango que reúne a niños, jóvenes y adultos del pueblo para tocar música jarocha, versada y fandango.
“Para muchos de ellos, es la única oportunidad educativa que tienen durante sus vacaciones. Ahora, esperan con ansias agosto para participar en el curso”, dice Jarochelo.
César Castro tiene una larga carrera musical. Creció en Veracruz pero, desde muy joven, fue miembro del icónico grupo Mono Blanco y más tarde, en Los Ángeles, de Quetzal. Durante años, ha dirigido el grupo musical Cambalache y este año fue receptor de una de las becas de The CA Creative Corps Fellowship en Community Partners. No solo es promotor y exponente del son jarocho, sino que también ha dedicado una parte significativa de sus 20 años en California a realizar talleres en escuelas, prisiones y centros culturales.
“Esta experiencia, estos viajes se han convertido en un compromiso que espero con ansias. Me identifico con los niños; yo era como ellos, creciendo con ese entusiasmo, aprendiendo los primeros acordes de la jarana. Aquí, en los talleres, los niños tienen ese talento natural. En Veracruz, en Tlalixcoyan, ya tienen el ritmo desde que nacieron”, añade.
Este proyecto personal y el del maestro Santiago se han convertido en un proyecto comunitario. Todos contribuyen con lo que pueden: comida, alojamiento, el espacio físico para el taller.
Este año, ya tuvieron 60 participantes, y por primera vez, realizarán un fandango al final del curso, en el Día de la Virgen de la Asunción.
“Es tiempo. Hemos progresado; ahora podemos tener esta experiencia. No ha sido fácil; ellos bailan sin inhibiciones, está en su memoria cultural, solo les estoy ayudando a despertarla, guiándolos”, dice.
Para los niños, es una nueva experiencia que les trae sorpresa y emoción. Lo siguen a todas partes, preguntando qué idioma habla, si vive en Estados Unidos. César Castro se ha convertido en un símbolo para ellos, uno que se grabará en sus vidas. Seguramente, años después, se dirán unos a otros, “¿Recuerdas al músico con el sombrero y esa sonrisa eterna que nos enseñó el fandango?”
“Me siento como el tío de muchos,” dice humildemente.
Hay otros niños que son tímidos, pero bajo esa timidez, se acercan.
“Luchan contra su naturaleza”, dice César. “Me veo a mí mismo como un espejo, con esa curiosidad, esa chispa. Hoy, casi un niño me hace llorar. Tiene seis años y fue a la clase de ‘versada’. Salió, y lo vi. Le pregunté qué había aprendido. Y luego comenzó a ‘versear’, con significado, por supuesto, no fue perfecto, pero allí estaba, lanzando versos al aire, jugando con la rima.”
Este año, pudo incorporar a una maestra de verso a su equipo, Ana Zarina Palafox, residente de la Ciudad de México.
“Es una gran maestra, y los niños lo están disfrutando”, dice.
En cuanto al tiempo y esfuerzo que dedica a cada viaje, Castro dice que no lo siente.
“Al contrario, no es trabajo si lo disfrutas. No puedo volver a Veracruz como turista. Para mí, cuando llego aquí, es para contribuir con algo. No entiendo las vacaciones en un resort, sentado sin hacer algo. Con este trabajo, no solo estamos transformando a los niños y ellos a nosotros; estamos transformando una comunidad”, dice.
Nota: César Castro quiere agradecer el apoyo incondicional de la familia Santiago Delgado, Betty, Jova, Xoco y Acatzin, por su apoyo logístico; Sofía Flores-Castro por afinar jaranas, su familia y amigos en Tlalixcoyan por las comidas, y las voluntarias Martha González y Rosita Rodríguez.