Élmer Mendoza: “La lectura es un asunto familiar. No hay que echarle la culpa a los jóvenes.”

Written by Reynaldo Mena — September 21, 2024

“Soy un hombre lleno de cicatrices. Soy aventurero, busco, indago, investigo. Mi camino está lleno de cicatrices”, dice Élmer.

Élmer Mendoza aprendió a leer a los nueve años, algo tarde, pero viniendo de una familia muy pobre, con recursos limitados, era una odisea poder lograrlo.

“Mi mamá me llevó por mi primer libro, se llamaba Alma Infantil. Ya conocía el alfabeto y lo aprendí a usar como un instrumento”, dice Mendoza, uno de los escritores más importantes de la literatura mexicana y mundial.

Élmer Mendoza es conocido como uno de los mayores exponentes de la narcoliteratura, un género de novela negra que aborda la temática del narcotráfico, sobre todo en su tierra, Culiacán, Sinaloa.

Es creador de uno de los personajes más emblemáticos de la literatura, Édgar ‘El Zurdo’ Mendieta, un detective ‘culichi’ que trabaja en la policía ministerial de Culiacán, enamorado, aferrado, amante del whisky y de las acciones al límite.

Mendoza se presenta hoy domingo en el festival LéaLA en el escenario principal a las 12 del mediodía en la charla titulada “Apocalipsis Now, narrar la violencia”.

De niño, su primer poema lo dedicó a Benito Juárez, nunca tuvo tiempo para estar preocupado por los amoríos o los romances.

“Estaba preocupado en otras cosas. Vengo de una familia muy pobre y trabajadora. No tenía tiempo para andar en eso. Si alguien venía con esas preocupaciones, les decía desenfadado: ‘pues, búscate a otra’”, dice.

“Los niños pueden ser lectores naturales. Solo hay que proporcionarles la lectura adecuada.”

Su encuentro con los libros estaba predestinado. Desde esa primera vez que su madre lo llevó por su primer libro, su encuentro con ellos se fue repitiendo.

“En otra ocasión me fui a jugar basquetbol a otro barrio, porque en donde vivía no había canchas. Y entonces, jugando, fui a recoger la pelota que se había salido de la cancha. Cuando la recogí, vi un espejo y detrás, muchos libros. Cuando terminé de jugar, fui ahí. Me encontré a una vecina que trabajaba ahí y le pregunté qué sitio era ese, y me respondió que era una biblioteca. Le pregunté si podía sacar libros y me explicó los trámites, pero como me conocía, me prestó uno… ¡de filosofía! Lo abrí y no pasé de la primera página. Al día siguiente regresé y le dije que no podía leer eso. Entonces me prestó otro, que cambió mi vida: era 20 mil leguas de viaje submarino de Julio Verne. Fue como una epifanía, lo leí de un tirón. Y entonces me pregunté: ‘¿Por qué puedo leer esto?’”, nos comparte.

“Mis hijas leen porque yo les leía de niñas. Es necesario fomentar esa curiosidad en nuestros hijos. No tenemos que culpar a los jóvenes porque no leen. Si nosotros no se lo inculcamos, no pasará.”

De ahí todo se vino como avalancha. Leía cómics, novelas, de todo. En otra ocasión fue a la universidad, aún sin estar inscrito porque no terminaba aún los requisitos, y se encontró a alguien ya entrado en años en la biblioteca. Le preguntó si le podría prestar un libro, pero le explicó que sin ser estudiante era imposible. Pero al ver el interés en el joven Élmer, comenzó a prestarle libros. Ahí empezó su costumbre de ir a la universidad casi a diario solo a disfrutar el placer de la lectura.

“Una de las lecturas que más me impactaron y que ahora reconozco como un libro muy importante para mi formación como escritor fue El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Cómo construye los personajes, el tiempo de la novela, el desarrollo de la historia, todo es perfecto”, dice emocionado.

Su mamá no estaba muy contenta con su afición.

“No pierdas el tiempo”, le decía. “Gastas mucha luz por las noches.”

Su madre lo desafió. Cuando le anunció su interés en estudiar literatura, le dijo: “Creí que ya se te había quitado lo pendejo”.

Sin embargo, Élmer reconoce que se parece mucho a ella.

“Ambos somos muy tenaces. Conseguimos y luchamos por lo que queremos”, dice.

Cuando estaba en el ciclo escolar, sus maestros veían algo en él, distinto a los otros estudiantes. Leía perfectamente, su nivel de comprensión era impresionante y su análisis no se quedaba atrás. Escribió por esos tiempos un ensayo sobre Pedro Páramo que impresionó a sus maestros. “¿Qué haces aquí?”, le decían. “Estudia literatura.”

“Soy un hombre lleno de cicatrices. Soy aventurero, busco, indago, investigo. Mi camino está lleno de cicatrices”, agrega.

Élmer dista mucho de ser ese personaje del escritor consagrado, sentado en su pedestal. Para él, estar cerca de su comunidad y promover la lectura es algo vital.

“La lectura es un asunto familiar”, dice. “Mis hijas leen porque yo les leía de niñas. Es necesario fomentar esa curiosidad en nuestros hijos. No tenemos que culpar a los jóvenes porque no leen. Si nosotros no se lo inculcamos, no pasará.”

Este escritor lleva años fomentando la lectura entre niños y jóvenes, abriendo círculos de lectura. Quiere que se recupere ese sueño, esa hambre de éxito… “porque he sido un soñador”, dice.

“Los niños pueden ser lectores naturales. Solo hay que proporcionarles la lectura adecuada. Tengo un grupo de exalumnos que son promotores de la lectura. Van a las escuelas, les leen a los niños; es un éxito. A mí me invitan a las escuelas con los niños, empiezo a hablar con ellos y a los 15 minutos ya están todos muy entusiasmados. Se me acercan, no me quieren dejar ir”, dice.

Cuenta que en una ocasión iban a una comunidad a llevar libros y fueron detenidos por un grupo criminal.

“¿Ustedes a dónde van?”, les preguntaron.

“Llevamos libros a la comunidad”, contestaron.

“Aquí solo entran las cocas y las Sabritas”, le contestaron.
Élmer ríe.

“Pero no les tuvimos miedo”, dice.

Para Élmer todo se reduce al amor al conocimiento.

“El gran problema del ser humano es ser él mismo. El mundo de la ficción tiene propuestas. La literatura se transforma”, dice.

Cuando ya era un escritor premiado, fue a saludar a su mamá. Ella lo recibió y le dijo:

“Ya me dijeron quién eres. Lo que has logrado.” Y se dieron un abrazo; lloraron juntos.

Spread the love